22 de enero de 2008

LOHENGRIN Y PARSIFAL

Lohengrin y Parsifal, hijo y padre, tienen estas historias que a continuación recopilamos:


LOHENGRIN


Acto I

Primera mitad del siglo X en Amberes. El Rey Heinrich I ha llegado a Brabante para llamar a las armas a los hombres y luchar contra los húngaros, pero le entristece ver que los habitantes viven en un estado de discordia ahora que ni tienen líder: poco antes de su muerte, el anciano duque asignó a Elsa y Gottfried, sus hijos, al cuidado del Conde Friedrich de Telramund, al que además se le concedió la mano de la muchacha, la cual le despreció. Telramund acusa a Elsa del asesinato de su hermano para poder reinar en Brabante junto a su amante secreto. Por ello, dice Friedrich, él renunció a la mano de Elsa y se casó con Ortrud, que es la última de los Radbods, un linaje de príncipes paganos de Frisia que gobernaban el territorio antes de que la cristiandad se extendiera.

El rey cita a Elsa ante juicio; ella se halla en un estado de éxtasis, como en un sueño, y en lugar de responder al cargo del que se le acusa, empieza a hablar de un caballero enviado por Dios que luchará por ella y demostrará su inocencia. Se trata del hombre con el que ha de casarse y al que ha de convertir en señor de su pueblo. Telramund se niega a llamar a un testigo que apoye su acusación, y dice que está preparado a llevar a cabo un juicio por combate. Cuando la primera llamada de las trompetas no obtiene respuesta, vuelven a hacer un llamamiento a un campeón que luchará por Elsa. Mientras ella, junto a sus damas, reza al cielo pidiendo ayuda, una barca aparece por el río, empujada por un cisne y con un caballero sobre ella, llega hasta la orilla y declara que luchará contra Telramund para probar la inocencia de Elsa y convertirse en su esposo, a condición de que ella nunca le pregunte por su nombre o de dónde viene. Elsa, en seguida, se pone a su cuidado. A una señal dada por el rey, la lucha da comienzo. Telramund es derribado rápidamente, pero el caballero le perdona la vida. Elsa y su héroe son conducidos a la fortaleza en medio de una alegría general.

Acto II

Mientras se celebra la liberación de Elsa en las habitaciones de la fortaleza reservada a los caballeros, los descorazonados Telramund y Ortrud están sentados en los escalones de la iglesia, a oscuras. Friedrich reprocha con amargura a su esposa de hacerle acusar a la inocente Elsa, y mentir al confesar que había visto a la muchacha matar a su hermano; además, él se vio engañado al tomarla por esposa, pues ella le profetizó que la casa de Radbard florecería de nuevo y gobernaría en Brabante. Ortrud se mantiene en su palabra y le explica que el extranjero se sirvió de magia para frustrar el juicio por combate; no obstante, si se le forzara a revelar su nombre o si se le cortara alguna parte del cuerpo, inmediatamente quedaría desprovisto de su fuerza mágica. Tiene la intención de sacarle el secreto al caballero ya sea con astucia o por la fuerza, y Friedrich accede a ayudarla.

Cuando Elsa aparece en el balcón, Friedrich, se esconde mientras Ortrud, haciendo ver que está apenada, le suplica a la muchacha que la deje entrar, ya que es la esposa de un hombre que ha cometido perjurio, y por lo tanto es proscrita. La pena se apodera de Elsa y baja al patio a recoger a la infeliz mujer. Cuando Elsa desaparece del balcón, Ortrud invoca a los dioses nórdicos paganos para que le ayuden a vengarse de los cristianos. Elsa, sin saber todo esto, la hace entrar y Ortrud, en seguida, empieza a hacer que Elsa deje de creer en el caballero enviado por Dios, diciéndole que podría desaparecer de la misma manera que llegó: por magia.

Al amanecer, hallamos a las gentes preparándose para la boda. El mensajero anuncia que Telramund ha sido declarado proscrito, que la boda de Elsa con el extranjero se celebrará ese día, y que el ejército de Brabante saldrá a combatir al enemigo húngaro al día siguiente. Cuatro de los antiguos vasallos de Telramund discuten cómo podrían retar el liderazgo del nuevo dirigente, cuando Friedrich aparece y confiesa que tiene la intención de acusar públicamente al extranjero de brujería, los cuatro nobles en seguida, le esconden para que la gente no pueda verle.

Conducida por pajes y doncellas, Elsa se dirige solemnemente a la iglesia donde ha de celebrarse la boda. De repente, Ortrud aparece y exige, como esposa de Telramund, precedencia sobre Elsa, antes de empezar, burlándose, a difamar sobre los orígenes del que ha de convertirse en el marido de Elsa. Calla cuando llegan el rey y sus caballeros, pero entonces, aparece Telramund, que acusa al extranjero de brujería y públicamente le pregunta su nombre y sus orígenes. El caballero le contesta que él sólo debe responder a Elsa, y el rey se pone del lado del nuevo dirigente de Brabante. Pero a Elsa le corroe la duda, y Telramund aprovechándose de la situación, le susurra que él estará cerca de ella esa noche, si le llama, él mismo le cortará un pequeño trozo al cuerpo del caballero, se deshará el encanto, y así nunca partirá de su lado. Tras una larga lucha interna, Elsa reafirma que cree en su salvador. El rey conduce a la pareja hacia la iglesia.

Acto III

Escena primera

Una procesión solemne conduce a la pareja hasta su alcoba nupcial, donde Elsa se halla a solas con su caballero por primera vez desde que se conocieron. El extranjero le declara el amor que siente por ella, y con cuidado, cambia de tema cuando ella, dudosa, insinúa que quiere hacerle la pregunta prohibida. Más, cuando empieza a insistir y sugiere que tal vez él tenga unos orígenes innobles, él le recuerda su juramente y le dice que ha venido a ella "desde el esplendor y el placer". Él sólo está para aplacar sus temores de que un día la abandonará sin más, y entonces ella, llena de gran ansiedad, le hace la pregunta prohibida. En cuanto lo hace, Telramund entra en la habitación con sus hombres; convencido de que la pregunta de Elsa hará desaparecer el poder mágico del extranjero, le ataca con su espada, pero el extranjero lo mata con un solo golpe. Los cuatro nobles se llevan el cuerpo; el caballero ordena a las damas de Elsa que la preparen para ser conducida ante el rey, para que allí pueda conocer el nombre de su esposo.

Escena segunda

A la mañana siguiente, en la pradera junto al río Scheldt, el rey recibe a los nobles de Brabante y a sus soldados, que están listos para partir hacia la guerra. El caballero aparece y destapa el cuerpo de Telramund; describe cómo fue atacado durante la noche antes de declarar que Elsa ha roto su promesa y le ha preguntado cómo se llama. Él, ahora, le responde ante la multitud: es Lohengrin, hijo de Parsifal, rey del Grial; como miembro de una hermandad de caballeros fue enviado por el Grial a luchar contra la maldad y defender la virtud. Todos los Caballeros del Santo Grial están protegidos por un poder divino del que quedan despojados si revelan sus nombres. Ni las súplicas de Elsa ni las del Rey logran convencer a Lohengrin para que se quede; éste profetiza que el Rey vencerá a los húngaros, y después se vuelve hacia el río, donde el cisne ha vuelto a aparecer tirando de una barca vacía. Antes de subir a la barca, le promete a Elsa que su hermano, al que ella cree muerto, volverá, y le deja su espada, su cuerno y su anillo; después se despide de ella.

Ortrud aparece de repente y con una burla triunfal le agradece a Elsa que se halla deshecho del caballero: el cisne es un realidad Gottfried, el cual tiene esa forma gracias a un encantamiento que ella pronunció. En un rapto de éxtasis declara que su obra es la justa venganza de los antiguos dioses profanados. Lohengrin se arrodilla y reza; en ese momento, una paloma desciende de las alturas y revolotea sobre la barca. El cisne se hunde bajo las olas y Lohengrin saca a Gottfried, liberado ya del encantamiento, de las aguas. Le proclama el nuevo dirigente de Brabante y después desaparece con la barca, conducida ahora por la paloma. Ortrud, deja escapar un grito y cae al suelo al ver a Gottfried; Elsa abraza a su hermano, y entonces cae, sin vida, al suelo.

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PARSIFAL


Acto I

Un claro del bosque en los dominios de Monsalvat, el territorio de los Caballeros del Grial. Está amaneciendo. El sonido de trombones llama a Gurnemanz y los escuderos que duermen en el bosque, a rezar. Todos deben prepararse para el baño del Rey Amfortas, de quien los exploradores, traen malas noticias. Aparece una figura extravagante, con el cabello enmarañado, como si llegara de un exhausto viaje: se trata de Kundry quien, desde las profundidades de Arabia trae un bálsamo para aliviar el sufrimiento del Rey. Entonces aparece el resto de la procesión. Amfortas es llevado en su litera, Gurnemanz le entrega el frasco traído por Kundry, pero ella, que insiste en permanecer en silencio, rechaza toda muestra de agradecimiento. Su actitud apenas sorprende a los escuderos quienes están dispuestos en ver en ella al culpable de la desgracia del Rey. Gurnemanz les saca de su error: desde el día en que Titurel, el fundador de Monsalvat, la encontró casi sin vida entre la maleza, ella ha servido siempre al Grial. Sin embargo, los hechos demuestran que cada una de sus ausencias ha coincidido con alguna desgracia de los Caballeros. Ante la mirada atenta de los pajes, Gurnemanz deja que sus pensamientos se llenen de recuerdos:

Hace mucho tiempo había dos tesoros en Monsalvat: el Grial, el cáliz sagrado donde se recogió la sangre del Salvador, y la Lanza que le hirió en el costado. Fueron entregados a Titurel, padre de Amfortas, para que los guardara. Construyó Monsalvat y allí organizó una Orden de Caballeros, Klingsor exigió ser admitido. Incapaz de controlar su propia libido, se castró a sí mismo, y con desprecio fue expulsado de la Orden. Exiliado al desierto, por arte de magia Klingsor construyó allí una tierra de placeres, repleta de flores diabólicas, y desde entonces, intenta atrapar a los Caballeros allí para conseguir su reino. Cuando Titutel, ya anciano, entregó la insignia del soberano a Amfortas, éste en el ardor de la juventud, intentó combatir al diablo de Klingsor, a cuyo reino se dirigió llevando la Sagrada Lanza con él. Pero fue, seducido por una mujer, una flor del infierno y la lanza cayó en poder de Klingsor quien se la clavó a Amfortas en el costado provocándole una herida que sólo la propia lanza puede curar. Todos aquellos que intentaron recuperarla de manos del brujo, también han sucumbido. Sin embargo, el Grial ha profetizado que un día llegará un hombre puro y gran conocedor de la pena.

Los escuderos repiten la profecía con devoción, y entonces un cisne herido cae en el claro del bosque. Orgulloso de su arco y de sus flechas, un joven se jacta de ser el autor de tan buen disparo. Más Gurnemanz le hace apenarse haciéndole ver el dolor angustioso de la hermosa ave herida. El joven no sabe porque ha disparado, ni quién es ni de donde procede. Sólo sabe que su madre se llama Herzeleide. Kundry se le acerca en silencio, ella sabe que el muchacho al alejarse de su madre, la ha puesto en peligro dejándola sola y Herzeleide ha muerto. Temblando de furia, el joven parece dispuesto a matar a Kundry, pero se desmaya del impacto recibido. Kundry logra despertarlo con un poco de agua del manantial, y después se vuelve a la maleza para dormir como un perro.

Mientras tanto, el Rey ha vuelto de su baño. Como haría un buen padre, Gurnemanz invita al joven desconocido a presenciar la celebración del Grial.

El claro del bosque desaparece, y en su lugar aparece una gran sala donde los Caballeros esperan la llegada de Amfortas para celebrar el sacrificio. Titurel le invita a hacerlo. Antes de morir, querría ver el Grial al descubierto, ya que es lo que le mantienen vivo. Pero Amfortas se niega a acceder: el Grial le da la vida a él también, y para él la vida es un tormento.

El oráculo desciende una vez más desde la cúpula: un hombre puro llegara, conocedor de la pena. Amfortas, transfigurado, descubre el Grial. Una vez más, su herida vuelve a sangrar. Se lo llevan, y la procesión abandona la sala. Parsifal sin decir palabra, y sin aparentemente haber entendido nada, lo ha visto todo. Gurnemanz lo echa un poco de malas maneras, ¡Dejad que el ganso, se vaya a buscar su ganso y que deje en paz a los cisnes!


Acto II

El Castillo mágico de Klingsor, El brujo se halla en su torre, ante su espejo mágico. Ya ha llegado la hora: ve al loco joven dirigiéndose a su castillo de placeres. Debe despertar a la esclava de su encantamiento: es Kundry que se despierta con un grito animal ante la llamada del brujo. Desearía dormir para siempre. Desafiar a Klingsor, el mutilado, pero el vence: pronto él será el dueño de no sólo la Lanza sino también del Grial. El apuesto joven, quien habrá de sucumbir, se acerca. Con un grito de dolor, Kundry se dispone a llevar a cabo su misión. La torre deja paso a un jardín de placeres donde las Doncellas Flor dan la bienvenida al joven, provocándole, después de que haya vencido a todos los guardas. Más el permanece insensible a sus sensuales provocaciones.

Pero entonces, una voz mucho más dulce le llega de entre ellas y lo deja paralizado. Ha pronunciado su nombre: Parsifal, así era como su madre le llamaba. Kundry despide a las Doncellas Flor y le habla a Parsifal de su madre, quien ha muerto de pena después de que él la abandonara. Lleno de resentimiento, Parsifal cae al suelo junto a Kundry. Ahora puede conocer el amor que su madre conoció y recibir de la mensajera del brujo su primer beso de amor, como una última bendición materna. Pero cuando se abrazan, Parsifal se separa de un salto: ha visto en su mente la herida d Amfortas, y bajo la sangre ardiente ha visto el lamento del Salvador. Empuja a Kundry a un lado después de darse cuenta del engaño. Entonces Kundry le suplica que se apiade de ella ¡Hace tanto que le espera!. Una vez, en su camino lleno de sufrimiento, ella se encontró con el Salvador y se rió de él. Desde entonces, no puede deshacerse de esa risa a menos que consiga seducir alguna víctima a pecar. Ella debe ser amada y redimida. Parsifal se indigna ante tal blasfema. Ahora lo ve todo con claridad. Quiere volver a Amfortas. Ella le promete enseñarle el camino de vuelta, a cambio de que Parsifal le conceda una hora de amor. Rechazada embriagada de furia, Kundry convoca a todos los caminos del mundo para que se cierren ante él que la ha despreciado. Klingsor intenta matar al incauto joven con la Lanza, pero Parsifal logra quitársela y, haciendo la señal de la cruz, pone fin al encantamiento del castillo de Klingsor.

Acto III

El claro en el bosque. Es primavera, Gurnemanz ya es anciano. Vive como ermitaño en la frontera del territorio. Un quejido atrae su atención. Suena como el lamento de una bestia salvaje. Se trata de Kundry, que ha vuelto de nuevo, rígida y tiesa como si estuviera muerta. Gurnemanz la despierta y la consuela. Ella sólo quiere servir. ¡Pero el Grial ya no es lo que era, y apenas hay mensajes que llevar! ¿Quién es este que se acerca ahora, con armadura negra y una lanza en su mano? Se detiene, clava la lanza en la tierra y se arrodilla, Gurnemanz le reconoce: es el que hace mucho tiempo disparó al cisne. ¡Y la lanza ha vuelto!

Su camino ha sido arduo: una maldición le hacia siempre perderse por los caminos. Pero ha llegado para que Gurnemanz le diga: Amfortas desea morir incluso aún más; ya no celebra el Grial, privados del consuelo divino, los Caballeros han entrado en decline; Titurel está muerto. Exhausto, física y emocionalmente, Parsifal está a punto de derrumbarse. Kundry ha ido a buscar agua del manantial para lavarle los pies. Ahora Gurnemanz debe derramar el agua pura sobre su cabeza. Después, los tres se dirigirán a Monsalvat, donde Amfortas, para el funeral de su padre, debe descubrir el Grial por última vez. Kundry ha untado los pies de Parsifal con un bálsamo y se los ha secado con sus cabellos. Así Parsifal se convierte en Rey. Como primer acto de su nueva mandatura, bautiza a Kundry. Con la cabeza inclinada hacia adelante, Kundry llora, y Parsifal observa con emoción la belleza de la pradera que le sonría. Se trata del encantamiento del Viernes Santo: el rocío sobre las flores, las lágrimas del pecador, la sangre del Salvador. Las campanas del medio día replican. Es hora de irse.

En lugar de celebrar el oficio sagrado, Amfortas se lamenta y maldice a sí mismo. Fue él quien causó la ruina de su padre. ¡Que el sagrado Titurel interceda con el Salvador para que así el pecador pueda morir por fin!. Los caballeros le apremian para que descubra el Grial. Con un dolor delirante, se niega a hacerlo. Se desgarra las ropas y muestra la herida que sangra, incurable. ¡Que le maten y el Grial volverá a la vida!

Parsifal se ha adelantado. Sostiene la lanza que tiene el poder de curar la herida que ella misma ha provocado. Toca a Amfortas con ello. Parsifal descubre el Grial. Kundry cae al suelo, muerta. Todos se arrodillan para rendirle honores reales.